sábado, 22 de noviembre de 2008

Un día junto al Señor.

Con todo este asunto de que el 31 de Octubre se decretó como feriado evangélico en Chile, todos los integrantes del - a veces - poco conocido mundo evangélico pasaron a ocupar un lugar importante, junto a Farkas y la Teletón, en el centro de la polémica.

No pretendo hacer una descripción de lo que son los evangélicos, ya que para eso tenemos a la siempre fiel y confiable enciclopedia virtual, apta para quién quiera saber un poco más del asunto. Aunque claramente, nada explica tan bien la sensación que produce estar al interior de una Iglesia Evangélica mejor que el hecho mismo de entrar a una.


Hace un par de meses atrás, haciendo un recorrido religioso con una amiga, pasamos por afuera de un templo evangélico, y como no teníamos prisa ni preocupaciones en ese entonces, decidimos entrar. Lo primero que me asombró fue la bienvenida que nos dieron. Los pocos evangélicos que se encontraban a la entrada nos saludaron de beso y nos dieron las bendiciones y la bienvenida, aparte de preguntarnos si era la primera vez que íbamos ahí porque nunca nos habían visto antes. ¿Nunca nos habían visto antes? ¿Y cómo podían recordar la cara de todos los cristianos que asisten a sus ceremonias? Me extrañó al principio, porque a pesar de no ser Católica, sí he ido a ceremonias católicas, un par de misas, primeras comuniones, y otras cosas por el estilo. Y de esas pocas veces, JAMÁS me habían dicho algo similar. ¿Qué tenía de distinto un lugar de congregación evangélica con uno de reunión católica?

Muy amables nos invitaron a tomar asiento donde se efectuaría la misma de ese día. Al poco rato apareció el 'pastor' del lugar a darnos, otra vez, la bienvenida. Se presentó, nos preguntó de dónde veniamos y nuestros nombres y luego nos contó un poco acerca de las misas que ahí se llevaban a cabo. Todo siempre con una gran sonrisa. Segunda cosa que me extrañó. Toda la gente que se encontraba allí parecía estar sumamente feliz, a diferencia de las Iglesias Católicas donde todos parecieran entrar con un enorme peso en los hombros y un gran sentimiento de culpabilidad.

Con mucha timidez, le dije a mi amiga que nos sentáramos al final, quizás también porque me daba un poco de miedo involucrarme tan a fondo con esas personas tan amables, así que nos quedamos lo más alejadas posible que podíamos. Y aquí sucedió la tercera cosa que me extrañó. Cada vez que un evangélico entraba al lugar, nos miraba y nos saludaba como si ya nos conociera de antes. Era como si perteneciéramos a ese lugar desde hace mucho mucho tiempo. Aunque todos sabemos que, claramente, eso no era verdad.

Me sentía tan extraña ahí. Todo era tan feliz y "puro" que producía una sensación muy difícil de explicar. Para qué hablar de la misa. Todos los presentes estaban completamente animados cantándole al Señor, su salvador. Me acordé, inevitablemente, de la típica caricatura que tiene la gente de los evangélicos. Esa que involucra cantos alegres, de amor y sin culpa dirigidos a Dios. Algunos elevaban los brazos, se apretaban el pecho, aplaudían. Era como estar en una gran fiesta sin alcohol ni reguetón, solo un montón de gente, un par de guitarras eléctricas, música saludable y, el invitado principal, Dios. En ese momento no habían mayores preocupaciones, no había crisis económica, no hacía frío afuera, no había trabajo por hacer.. sólo estar ahí era lo necesario.

Un poco asustada por tanta expresividad y felicidad que no estoy acostumbrada a ver, le rogué a mi amiga que nos fuéramos lo más rápido posible. Salimos caminando aceleradamente y despidiéndonos de todo el que se nos cruzara, quiénes, ya sin extrañarme tanto, nos dijeron adiós y nos dieron las bendiciones infinitas. Salir de ese lugar fue raro, demasiado. Me cuesta entender cómo la gente puede llenar tanto su espíritu - o lo que sea que llenan asistiendo a misas - sólo alabando a un ser de cuya existencia sólo pueden creer por medio de la fe. Lo amaban y se sentían felices de demostrar ese amor y compartirlo con el resto de sus hermanos. Una sensación extraña, sin duda, y bastante inexplicable. Cualquiera que haya asistido a una ceremonia evangélica me podrá entender. No tengo las palabras precisas para explicar con exactitud lo que se vive al interior de un lugar así.

Una situación que da para pensar y cuestionarse.



Alabado sea el Señor.
Adiós.

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